Diario de viaje a Maldivas - día 3

9:00


Esta mañana ha sonado el despertador a las 6h, era el último día en Kuredu y teníamos que ver la salida del sol.

Además la playa es tan bonita, que valía la pena despertarse pronto para hacer una sesión de fotos con la primera luz de la mañana.

Muy arregladas, maquilladas, muertas de sueño y todavía de noche, fuimos dirección a la playa. Creo que parte del personal que nos cruzamos se quedó pensando dónde íbamos de esa guisa a esas horas.

Se hizo derogar pero finalmente salió el sol y el contraste con la blanca arena fue espectacular, realmente valió la pena dormir un poquito menos.

Después del desayuno habíamos quedado a las 9h para ir a visitar la isla local de Naifaru, a 45 minutos en barco.

El trayecto en barco fue increíble ya que pudimos ver más de cerca las islas paradisíacas que hay por aquí ¡a montones!, es realmente espectacular, ¡y las que quedan todavía sin habitar!

Íbamos tapadas porque aquí son todos musulmanes, y mostrar hombros y rodillas no está nada bien visto, así que mejor evitar problemas aunque siempre hay turistas… que ya se sabe.

La isla tiene un kilometro cuadrado y 5.000 habitantes… aunque la verdad, ni se veían muchas casas ni tampoco mucha gente.

Lo que más nos sorprendió es lo cuidado que estaba todo, para ser una isla con una renta per cápita no demasiado alta, tenían unas instalaciones muy buenas.

La visita fue rápida porque aunque diferente, no había mucho que ver, así que acabamos en el centro de recuperación de tortugas donde se ocupan de aquellas que necesitan algún tipo de tratamiento.

Al marchar nos empezó a llover a cantaros y pasamos de ser medio decentes, a ser miss camiseta mojada. Así que imagina la situación.

El viaje de vuelta lo pasé al completo durmiendo, estaba derrotada y el vaivén del barco me incitó a ello. Soy mucho de dormir en transporte público.

Llegamos a Kuredu antes de lo previsto, teníamos masaje a la 13,30h, así que aprovechamos para ir a la habitación, yo me puse el bikini, me metí en la playita que tenemos frente a la beach villa, nadé junto con mi primera manta y oye ¡qué bien!

Y el masaje… qué decir.

Bajo la camilla había un cristal que te permite, si no te quedas grogui, ver el agua y los peces pasar, así que no podía ser todo de lo más idílico.

Comimos y corriendo de nuevo a cambiarnos, porque a las 16h teníamos sesión de fotos.

A todos los huéspedes les regalan una foto de cortesía, para ello claro tienen que hacer previamente una sesión de fotos… el fin por supuesto es que finalmente la compres al completo.

Nuestra idea no iba por ahí porque el precio es bastante desorbitado, 340$ por media hora… así que nos conformábamos con dos fotos, una por habitación.

Nos reímos… madre mía, los chicos que nos hacían las fotos solo que nos indicaban posturas al estilo Miss Universo, con todo el respeto, pero vaya… nada más alejado de la realidad.

Saltando, rebozadas por la arena, con posturitas… en fin, mil y una posturas y muchas risas.

Tan solo media hora más tarde ya estábamos viendo las fotos y riéndonos por los cuatro costados. Había más de una foto que nos gustaba, pero teníamos claro que era demasiado dinero.

Si las comprábamos de manera individual el precio era de 31$ por unidad, ¡tela!

Así que al final valoramos que realmente no valía la pena y que quedaban muchos días ¡y oportunidades! para hacernos más fotos chulas.

Después de ahí ¡sunset cruise!

La verdad es que la idea que tenía de que las Maldivas eran tranquilas… bueno, lo son si tú quieres, porque cosas hay para hacer muchas en función del resort en el que te alojes.

Salimos 4 barcos de la isla, todos hasta los topes, acompañados de cientos de delfines que salían por todos los lados, pequeñísimos y que pegaban unos saltos monumentales.

Poco puedo decir de la puesta de sol con un paisaje como este.

Durante el trayecto estuvimos hablando que sí, te imaginas Maldivas con villas de ensueño y aguas turquesas, pero que es mucho más que eso.

El azul irreal, la amabilidad del personal, la buena comida, los peces tan enormes que ves bajo el agua… las sensaciones que se te despiertan es algo que nadie cuenta y que van mucho más allá de una villa sobre el agua.

Está superando todas nuestras expectativas y ya no podemos decir, que hay que vivirlo al máximo porque nunca más volveremos… ya que de eso nos hemos retractado, volvemos fijo.

El día lo cerramos cenando langosta en el restaurante en la playa… no podíamos tener una mejor guinda del día.

Lo acabábamos justo en el mismo lugar donde lo empezamos.

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