Diario de viaje a Maldivas - Día 4

9:00


Último día en Kuredu y como no iba a ser menos, íbamos a aprovecharlo al máximo.

A las 10,15 salía el hidroavión, así que a las 7h salíamos de nuestra beach villa dirección a la playa donde se encuentran las water villa.

En esta isla las playas todas son preciosas, pero esa en especial tiene el agua más azul que ninguna y además, ya que es por donde el sol amanece.

Así que como los días anteriores no habíamos podido ir y no queríamos irnos sin, fuimos listas para pegarnos el último baño y hacer fotos. No importaba el madrugón.

A las 9h desayunábamos y como un reloj, a las 10,15h partíamos hacia Malé.

Qué pena empecé a tener… suerte que no era el último día y que por ahora, tan solo cambiábamos de isla.

Hacía un día super despejado y soleado, cogí ventanilla porque no quería perderme nada y quería hacer miles de fotos.

Madre mía que paisaje, en serio que esto es irreal.

Vimos islas por un tubo, algunas islas como tal con palmeras y otras solas de arena, unas grandes otras más pequeñas… pero alucinantes todas ¡qué fotos!

Estaba cansada y con sueño, pero no quería dormir y perderme todo eso.

45 minutos después llegábamos a Malé y ya nos estaba esperando una azafata para conducirnos de nuevo a otro hidroavión, que nos llevaría esta vez hasta otro atolón.

Todo estaba perfectamente coordinado, en serio que es una de las cosas que más me está sorprendiendo.

A las 11,30h ya despegábamos.

Eran poco más de 25 minutos de viaje pero esta vez, era un viaje con “escalas”.

El atolón de Lhaviyani donde estaba Kuredu, era una maravilla, pero el de Alifu Dhaalu tenía las aguas más turquesas que se pueden llegar a imaginar. Bonito bonito bonito, no hay palabras.

Hizo la primera parada en la “pista” y los primeros pasajeros bajaron sobre un mini muelle hecho en medio de la nada, y ya cuando bajábamos dirección al agua, vimos a lo lejos acercase un barco que venía a recogerlos.

Hay tantos resorts en Maldivas, aunque aún hay más islas que resorts claro, que en vez de desembarcar en el mismo muelle de la isla, lo hacen en medio del mar.

5 minutos después volvimos a levantar el vuelo, estábamos a tan solo 4 minutos de nuestro destino.

Madre mía de verdad, ojalá se pueda apreciar en fotos lo que yo veía con mis ojos.

Y de nuevo bajamos, también en un muelle en medio del mar y cerquita de la isla.

Creo estaba en estado de shock o algo así, porque era todo tan tan tan bonito, que en serio no podía creer que algo así pudiera existir.

Me encantaría poder explicarlo más, pero es que no encuentro ni palabras. Ahora sí habíamos llegado al paraíso.

El equipo del hotel nos estaba esperando con cocos, nos estuvieron explicando la isla, qué íbamos a hacer… y directamente para comer.

Vilamendhoo es mucho más pequeña que Kuredu, 900 metros por 250 de ancho, así que para recorrersela tardas poco.

En Kuredu nos habían dicho que Vilamendhoo tenía el mejor arrecife de toda la cadena de hoteles… y oye, costaba de imaginar porque lo que habíamos visto hasta el momento era impresionante.

Después de comer dimos un paseo por el resort, viendo habitaciones, restaurantes, instalaciones… era muy diferente del que veníamos, este era más pequeñito y acogedor.

Estaba al 100% de capacidad pero no veías un alma en ningún sitio, ¿dónde estaba la gente en una isla tan pequeña?

Íbamos a hacernos un masaje pero no había hora para las cuatro, así que Meritxell y Verónica cogieron hora para después de la visita, y yo y mi tocaya Isabel, íbamos a ir con Vera a “inspeccionar” la barrera de coral que estaba a 10 metros de la orilla.

Así que ¡let’s go!

Siento ser tan pesada, pero fue indescriptible. La barrera rodea la isla y tiene piezas increíblemente grandes, unas flores de coral… madre mía, no sé si voy a tener la suerte de volver a ver algo así.

Vimos un mero enoooorme, peces a montones de colores ¡y tiburones! ¡por fin!

Eran muy pequeñitos así que por ahora, mi miedo lo tenía bajo control al día siguiente… otro gallo cantaría.

Había tanto coral que en muchas ocasiones vas un poco con miedo de no acercarte demasiado o no darle con una aleta. Aunque no quieras, a veces las corrientes o el oleaje te llevan, y no quiero ni acercarme a algo tan y tan bonito y romperlo.

Hay tanto, que no hay ni un palmo de agua entre donde finaliza el coral y la superficie.

La vuelta a punto de inicio fue un poco más durilla porque íbamos contra corriente… y después de haber hecho la ida, estábamos más agotadas. Pero valió mucho la pena sin duda.

Poco tiempo nos quedaba para la cena, ducha, vestirse ¡y al buffet!

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