Diario de viaje a Maldivas - día 7
9:00
Últimas horas en Vilamendhoo antes de partir hasta nuestro último destino, Meeru.
Queríamos aprovecharlas al máximo, así que volvimos a quedar de nuevo a las 6h para volver a ver la barrera de coral con los primeros rayos de sol del día.
Los anteriores días habíamos hecho la zona sur de la isla, pero esa mañana Vera nos aconsejó hiciéramos la norte.
Vinieron miles y miles de peces a despedirse, madre mía, era mágico. Ningún día había visto tantos peces como esa mañana, así que estuve intentando captar con los ojos cada momento para no perderme nada.
El coral era precioso, incluso mejor que en la zona sur, algo ya de por si difícil.
En ese momento Vera nos gritó ¡shark! Y ahí estaba, a unos metros un ejemplar enooorme, el más grande que he visto en estos días en Maldivas.
Al contrario de asustarme, me quedé parada viéndolo moverse porque sé, que quizás no vuelva a tener la suerte de ver uno de tan cerca.
Qué cambio, ¿verdad?
Pasé de estar aterrada antes de llegar, a quedarme tan tranquila y disfrutando de su presencia.
Y al momento apareció una tortuga. No me lo podía creer.
El día de antes casi muero en medio de la nada intentando encontrar un ejemplar de tortuga y en ese momento apareció ella.
Ya no le podía pedir nada más a esa mañana.
A las 11h debíamos dejar las maletas listas fuera de la villa para que pudieran venir a buscarlas y subirlas en el hidroavión.
Contra pronóstico la hora de salida iba a ser a las 15h, aunque en principio nos habían informado a las 10h, así que se presentaba por delante nuestra segunda mañana libre. ¡Ningún problema!
No tuvimos duda, fuimos a la infinity pool ataviadas con los ordenadores y dispuestas a pasar la mañana trabajando, tomando el sol, bebiendo mocktels y bañándonos.
Pero yo no podía, había llevado mis gafas de snorkel y no paraba de pensar que eran mis últimas horas ahí como para pasarlas trabajando.
Así que me empegunté de crema, cogí mis gafas y me fui a la zona de coral que teníamos más cercana junto al spa del resort, a tan solo unos metros.
Es una zona que máximo tiene 4 palmos de agua pero llena de coral, y donde hay coral, hay peces.
Podía haberme adentrado más allá de las boyas, pero siempre es aconsejable ir acompañada, así que preferí quedarme allí y disfrutar del momento.
Eso sí, me situé en los caminos marcados donde sabía bien, no iba a rozar el coral.
Eso sí, me situé en los caminos marcados donde sabía bien, no iba a rozar el coral.
En ese momento un pececillo de colores se quedó junto a mí y no se separaba, estaba flipada, es más ¡pude tocarlo!
No entendía nada, hubiera podido pescar si hubiera querido con tan solo las manos.
Se me acercaron muchos durante el tiempo que estuve parada disfrutando del arrecife y de los vaivenes de los peces. No parecían tenerme miedo.
Después de estar en remojo durante más de una hora me volví para la piscina, no solo era hora de comer sino que además, me empezaba a notar la espalda dolorida por el sol.
A partir de ahí, poco más nos quedaba por hacer.
Fuimos a recepción, el barco estaba listo y teníamos que despedirnos de todos.
Había una foto que me quedaba por hacer, quería una foto desde el bonito muelle desde donde parten los barcos. Le dije a Isabel que me acompañara.
Llegamos hasta el final, miramos hacia abajo y el agua era azul azul y totalmente transparente, podíamos ver perfectamente el fondo, los peces como comían y se comían.
Definitivamente no podía haber mejor despedida.
Volvimos a recepción, ahora ya sí era el momento de despedirnos. Vera empezó a hablar y en ese momento me vinieron todos lo momentos vividos los últimos días en Vilamendhoo pero especialmente, las últimas horas.
Me giré y me puse a llorar como una madalena. Nadie lo esperaba.
No lloro por todo, solo por aquello que me gusta mucho mucho, y en Vilamendhoo se quedaba un trozo de mi corazón.
Es muy difícil de explicar todo lo que había sentido, pero sabía que era muy afortunada de ver un fondo marino que no todo el mundo experimenta.
No solo por eso y esta es la parte más complicada, Maldivas estaba siendo mucho más que sol y playa (de lo que por cierto ni tan siquiera casi habíamos disfrutado).
Es un estado permanente de felicidad que te transmiten los colores del agua, la barrera de coral, los peces, las palmeras, las sonrisas del personal… imposible de explicar por mucho que intente que significa estar aquí.
Ojalá con los vídeos, fotos y mis palabras, puedas percibir una parte de lo que he sentido.
Como era de esperar, seguí llorando incluso dentro del hidroavión pero sin apartar mi vista a la isla.
45 minutos después llegábamos a Malé, donde nos estaban esperando para conducirnos a un barco que nos llevaría a nuestro destino final, Meeru.
Después de una hora llegamos justo al atardecer a la isla, nos estaba esperando todo el equipo para darnos la bienvenida.
Súper majos y simpáticos, nos había modificado el programa ya que al llegar tarde, finalmente no íbamos a poder hacer todo lo previsto.
Solo nos quedaba tiempo de ir a cambiarnos e ir a cenar.
Pero lo mejor estaba por llegar. Suki iba a estar con nosotras los próximos dos días, así que se trajo su boogy y nos condujo a las habitaciones.
Momentos antes el director del hotel nos había dicho que nos habían preparado una habitación para cada una, pero creímos que no era necesario y le dimos las gracias, pero le dijimos que con dos era suficiente.
Llegamos a la pasarela ¿me tomas el pelo? ¿de verdad que nos han dado una water villa?
En nuestra llegada no me había enterado de nada, y no sabía que nuestra sorpresa final iba a ser alojarnos en una casita sobre el agua ¡siempre había soñado con ello!
Supongo que como la mayoría, pero también sabía que nunca iba a podérmela permitir ¡y ahí estaba!
Me entró la risa tonta, estaba en una nube, no por el hecho de la habitación sino por cumplir un sueño. Los sueños se hacen realidad.
Qué maravilla, era preciosa, enorme, con terraza sobre el agua, jacuzzi y entrada directa al mar.
Tardamos cero coma en ponernos en bikini y estrenarla, con las gafas de snorkel por supuesto, tenía que ver los pececillos que ahí, eran tamaño XL.
Corriendo nos duchamos, vestimos y directas a la cena de bienvenida.
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